lunes, 8 de agosto de 2011

Superhombre, la muerte de Dios y La Voluntad de poder (Nicolás)

Tras la muerte de Dios, el verdadero lenguaje del hombre no es ya el nombrar a los Dioses, la invocación de lo santo. Ahora el lenguaje del hombre, es el lenguaje del hombre al hombre. La proclamación de la suprema posibilidad humana, la doctrina del Superhombre.
Muerto Dios suceden dos cosas: 1º surge el peligro de un tremendo empobrecimiento del ser humano, de una horrible trivialización en un ateismo superficial y en el desenfreno moral; la tendencia idealista se atrofia, la vida se torna “iluminada”, racionalista y banal. O también, 2º la tendencia idealista permanece, pero no se pierde ya venerando lo creado por ella misma como si fuera algo extraño, el Dios transmundano y el decálogo por él promulgado, sino que cobra conciencia de su naturaleza creadora y proyecta ahora conscientemente nuevos ideales creados por el hombre.
Tras la muerte de Dios, hay que mantener el carácter heroico de la existencia humana, ¡firmemente! Hay que devolver a la vida, aquellos que, como Dios, parecía extraño y perteneciente al más allá.
Ni una libertad para Dios, ni una libertad para la nada, sino libertad para la tierra. Donde se hallaba Dios para el hombre prisionero de su auto alienación se encuentra ahora la Tierra.
Ahora bien, esta idea de superación no está fundada en una idea darwinista, ni en una hipótesis-científica-natur al, el hombre es un ser que se supera a sí mismo porque en él la esencia universal de la vida en cuanto tal, la voluntad de poder se conoce y puede conocerse a sí misma. ¡Conocer la voluntad de poder, exige al mismo tiempo, la muerte de Dios! –Y viceversa-
Existen transformaciones del espíritu que permiten el pasaje de la auto alienación a la libertad creadora que se conoce a sí misma o bien, el pasaje del “tu debes” al “yo quiero”: En principio el camello, el hombre que se inclina ante la omnipotencia de Dios, ante la sublimidad de la ley moral, se arrastra y se carga voluntariamente con los grandes pesos, es el hombre del idealismo, el que no desea tener facilidades, desprecia la ligereza de la vida ordinaria y pequeña, quiere tareas en que demostrar sus fuerzas y está sometido y restringido –voluntariamente- al mandamiento “tu debes”.
El león, en el que la moral se auto-elimina a causa de la veracidad (por motivos ideales tiene lugar la inversión del idealismo), el que arroja de sí las cargas que lo agobiaban –desde fuera-, el que lucha con su último Dios “la moral objetiva”, el que libera la libertad que en él dormía (la libertad del león sabe decir “¡No!” porque es una libertad negativa), es el que se da cuenta de que Dios, la moral objetiva y la cosa en sí metafísica son ilusiones de una auto alienación idealista, en fin, el león es la libertad de… pero no la libertad para…
Negar los valores antiguos y vulnerables, negar la trascendencia de tales valores, la salida de la auto alienación de la existencia humana no es todavía una proyección nueva, no es aún una nueva productividad creadora, constructiva, de la humanidad liberada.
El niño, por último que es un santo decir “Si”, es la libertad positiva, la libertad creadora. Es el juego –no es ya pleno juego dionisiaco del mundo, no es el juego del fondo primordial, que edifica y destruye el mundo fenoménico. Más bien se lo concibe como el juego de la estimación axiológica del hombre, como la proyección lúdica de mundos de valores-.
El conocimiento de la muerte de Dios se expresa en:
“La virtud”, antes del cambio, como un sueño de la vida en el que el hombre no ha despertado todavía a sí mismo.
“El trans-mundo”, que tiene origen terreno, es un sueño, mediante el cual quiere el hombre redimirse de su sufrimiento.
Y el “Desprecio del cuerpo”, voluntad de decadencia que se desconoce a sí misma.
Dios no limita más al hombre, por lo tanto, su terreno de juego de la libertad, es inabarcable. Pero no nos confundamos, el hombre NO ocupa el lugar de Dios, lo hace la Tierra –tal vez sea una Diosa antiquísima, pero una Diosa informe, sin perfiles, que está cercana y es difícil de aprehender-.
De lo anterior se deduce la doctrina de la voluntad de poder, el hombre transformado, hecho niño, es el creador. El hombre autentico, esencial, el “creador” no significa el hombre de trabajo, sino el hombre que juega creando, que dicta valores, que posee una voluntad grande, que se marca una meta, que se aventura a trazar un nuevo proyecto.
Esto es posible sin Dios. Ya que éste es una contradicción de la libertad humana. ¿no existe limites para este nuevo hombre? Si, el único límite de su libertad soportable es la Tierra. Es decir, no el poder de un Ser aislado y extraño, sino la omnipotencia como potencia propia del universo.
Antes, se desvalorizaba la voluntad de futuro del creador por la misma actitud idealista que negaba el tiempo, haciendo de éste un mero fenómeno. La muerte de Dios representa la desaparición de tal negación y el reconocimiento del tiempo como dimensión verdadera de todo Ser. Nietzsche quiere restituir el Ser –entendido como “Tierra”- al tiempo y pensar una conexión fundamental entre Ser y Tiempo (tiempo real, que no podemos pasar por alto ni superar, el ir y venir de las cosas, el cambio permanente. Es decir, el cauce del creador)
El creador está dentro del tiempo, su crear consiste en edificar y construir, en proyectar metas finitas y superarlas, ¡hay que experimentar y reconocer nuestra finitud!
Proyectarse hacia posibilidades futuras no es más que la finitud y el tiempo mismo. O dicho de otro modo, el Querer (destruir lo que era y buscar lo que todavía no es)
El más acá, lo terreno y mundano, lo espacio-temporal, que es el escenario de nuestra vida, no está ya desvalorizado como algo provisional, superficial e inauténtico. El verdadero mundo no está situado más allá del espacio y del tiempo, como cosa en sí a la que únicamente puede llegarse con el pensamiento, como reino de las ideas, como dios y su reino celestial.
Ahora, ¿Qué quiere decir que el espíritu y el alma son solo algo del cuerpo? En el viraje existencial hacia el superhombre, el espíritu y la libertad se reintegran a la tierra, se reconocen como una parte de ella.
El cuerpo es la realidad terrena de nuestra existencia, es la única realidad. Somos tierra. Las cosas, lo existente individual ha surgido en cada caso de la Tierra, ha salido de ella, pero sin por ello haberla abandonado. La Tierra es el fondo sostenedor sobre el que descansa todo existente finito. Está presente en todo, y no está ni lejos ni cerca. Está permanentemente presente, pero nunca es objeto.
¿La Tierra es algo meramente existente? Y por lo que acabamos de decir lo podemos negar, agregando que es lo que hace surgir todo de sí. Tierra es Poiesis. Y de igual manera ve la definición esencial del hombre en su creatividad. En su libertad creadora.
Ahora bien, todas las cosas, ya sean hombres o animales, o simples piedras del campo, son productos de la Tierra, creación de su vida que engendra y que da, que regala. Ésta vida de la Tierra es para Nietzsche, la Voluntad de Poder.
Amor, muerte y placer; noche, insondeabilidad y sepulcros (“Canción de la noche”, “Canción del baile”, “Canción de los sepulcros”): todo esto vibra en la llamada cantarina de lo femenino, de la Mujer de las mujeres, de la que da a luz todo: la Tierra.
En el capitulo “de la superación de sí mismo” dice que el pensador parece ser contrario a toda voluntad de poder; es la entrega pura, no enturbiada por ningún interés, del hombre a lo que existe. Con conceptos se explica el pensador lo existente, detiene el curso del devenir, petrifica en productos estables lo que en verdad jamás se detiene.
Claro, que la superación de sí mismo no tiene aquí un sentido ascético; es precisamente lo contrario de ello. La vida posee una tendencia a ascender, crea productos de poder y no se detiene jamás. Es inquietud y movimiento (no un movimiento lineal, que no se trasciende nunca a sí mismo)
La vida no es una corriente que lo abarca todo, sino más bien, la lucha constante y el antagonismo de todo existente individual contra todos los demás. Forma las tensiones polares en que todo lucha contra todo y sin embargo, ella, envuelve todas las cosas. Éstas, no desaparecen sin más en la indistinción de la vida que todo lo rodea, no se disuelven en ella, antes bien, son lanzadas a la contraposición y la lucha. En el juego de la vida, mora la diferencia.
La Voluntad de Poder no es la tendencia a detenerse en una posición de poder ya conquistada, sino que es siempre voluntad de sobreponer y de sobre dominio. La voluntad de poder hace tales a todas las cosas finitas y las mantiene en movimiento en el antagonismo de la discordia y la lucha. Ahora bien, Nietzsche llega a la voluntad de poder partiendo del hombre creador. Y ambos no son, sin el Tiempo.
El Tiempo, que se desliza más silenciosamente que cualquier otra cosa, es un problema pensarlo en relación al Poder. ¿Es el Tiempo una sucesión infinita de momentos, que todo lo sido está fijo y únicamente lo futuro constituye el ámbito de la Voluntad? ¿No le queda a la Voluntad de Poder otra cosa que reconocer el poder superior del Tiempo, Poder que se encuentra en la fijación de lo sido, es decir, no le queda otra cosa que reconciliarse con el Tiempo inexorable? ¿Puede la Voluntad querer solo ilimitadamente hacia adelante y jamás hacia atrás?
¿Existe un saber más profundo acerca del tiempo para poder dar con estos problemas? Si, lo que Nietzsche expondrá en la tercer parte del Zaratustra, el Eterno Retorno de lo mismo.

Resumen, de los capitulos: "Superhombre y la muerte de Dios" y "La Voluntad de poder" en Fink, La filosofía de Nietzsche

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