martes, 30 de agosto de 2011

John Fiske, El destino del hombre (Nicolás)

RESUMEN: John Fiske. El destino del hombre. Traducción de Marcelino Ortiz. Ediciones Tor. Buenos Aires. 1942

El Dante, como toda la cultura humana de la época aquella, que se manifiesta en el eco de sus voces claras y armoniosas, consideraban a la tierra, el hermoso hogar del hombre, como el centro del universo y todo venía a reunirse en ella por estar organizadas las cosas para realzar la utilidad que pudiera lograr: el sol dándonos luz y calor, las estrellas presidiéndole en su carrera y detenidas en su enigmático destino; el soplo del viento haciendo estremecerse a la Naturaleza; inundaciones y diluvios; el demonio representado en la peste, lanzada sobre los campos y ciudades, todo testimoniaba la bendición o la culpa, y que el más elevado de los seres creados por Dios es el hombre. Toda la teología se basaba sobre concepciones de esta naturaleza.

¡Bajemos de su trono de una vez a la Humanidad!; ¡mirémosla como un simple incidente local dentro de una serie interminable e infinita de cambios cósmicos sin objeto!, y ¡arribemos a una doctrina que, bajo no interesa cual nombre, no es otra cosa que el Ateísmo!. Es el Ateísmo quien cambiara a la Humanidad de su especialísima posición en el mundo, y la arrojara en medio de su suerte, con las plantas que se marchitan, y las bestias que perecen. Ha sido el primer resultado de una de las más grandes y más irrebatibles verdades de la ciencia moderna, nuevamente descubierta, y confusamente comprendida, el de hacer descender a la Humanidad de su solio en el Mundo, y obligarla a ocupar un papel por completo subalterno y trivial. Los contemporáneos de Copérnico suponían que la nueva teoría destruía la teología cristiana en gran parte. En un universo en el que todo ha sido hecho sin visible relación al hombre, ¿Qué vendía a ser del preparado esquema de salvación en el cual parece todo apoyarse sobre el postulado de que el único objeto de premeditación del Dios Creador no era otro que la alimentación y cuidado del curso de la Humanidad?

Ahora bien, otra revolución se produjo a continuación y fue, una salida a este Ateísmo vacuo; el hombre no es únicamente un vertebrado, mamífero y primado, sino que pertenece a la catarrina familia de los monos, de la que es un género. Esta es la conclusión a que ha arribado la ciencia moderna con la aparición de El origen de las especies.

Es necesario reconocer que, la Humanidad, en esta situación, no puede considerarse como ocupando un lugar privativo y propio en el universo, sino que viene a ser un simple incidente dentro de una serie incalculables de cambios.

El sencillo y pródigo suceso de la supervivencia del más apto, con su poder ilimitado y eterno, se revela en la vida física del universo, no parece que tuviera parentesco alguno con nuestra alma. La creencia de un interés de beneficio, parece que debiera ser excluida de la Naturaleza, y un ciego proceso conocido por la Selección Natural es la diosa que no duerme ni descansa. Descuidada del bien y del mal, es decir, sin ética.

Si miramos bien la historia, y leemos bien a Darwin, nos damos cuenta que, lejos de degradar a la Humanidad, a colocarle en el mismo nivel el mundo animal, nos pone de manifiesto, en forma clara por vez primera, que la creación y perfeccionamiento del hombre es el fin hacia el cual ha ido inclinándose el trabajo de la Naturaleza; amplía la significación de la vida humana; poniéndola sobre una eminencia todavía más pronunciada y elevada de la que pensaron poetas y profetas, y la hace resaltar vigorosamente, considerándola como la principal formalidad de la actividad creadora que en el universo físico se revela.

En el Hombre, las escisiones con el mundo animal[1] –y vegetal también- comienzan por la acumulación de diferencias físicas. Pero llega al fin un momento admirable, prodigioso, silencioso, oculto, desconocido, como todos los comienzos de las grandes revoluciones; silencioso y escondido llega aquel sublime momento, a partir del cual las transformaciones psíquicas comienzan a ser de importancia más grande que lo habían sido los exclusivamente físicos en el bruto predecesor del hombre. El proceso de las variaciones zoológicas ha llegado a un fin, y una era de transformaciones psíquicas se inicia. Desde entonces, sólo esta suprema línea de generación llevara adelante la Evolución. De ahora en adelante, el aspecto preponderante de la Evolución será, no la génesis de las especies, sino el perfeccionamiento de la civilización. Lo que el Darwinismo nos está proponiendo es que la creación del hombre es el fin hacia el cual la naturaleza ha tendido desde el comienzo. El glorioso término del largo y obscuro trabajo de la naturaleza, no es la producción de seres más elevados, sino el mejoramiento de la Humanidad –de los hombres, el principal de los seres creados-.

La selección natural[2] a hecho desaparecer clases de vegetales y clases de animales, ha hecho surgir nuevas especies, y lo ha hecho de manera desenfrenada, hasta que el hombre se ha transformado en humano, y se produce un cambio completo en la naturaleza, por la cada vez más directa dependencia que se establece entre la vida de los seres y la voluntad de aquel; él decide a su agrado cuáles plantas y animales subsistirán sobre la tierra, y cuales de ellas han de desaparecer de su faz. Crea variedades de frutas, flores, cereales: logra animales que le sirven para asociarlos a sus labores en el progreso de la civilización[3] hasta que, por último, principia a adquirir superioridad sobre las fuerzas mecánicas, moleculares y químicas, destinadas indudablemente, en lo futuro, a dar un resultado acabadamente prodigioso y hoy apenas soñado. La selección natural irá perdiendo importancia en comparación con la llevada a cabo por el hombre. En la misteriosa historia de la creación se ha abierto un capítulo completamente nuevo.

“Progreso” se llama a éste nuevo capítulo, en donde el Hombre se ha despojado de la herencia animal; progreso significa, su paulatino lanzamiento a través de edades de lucha que poco a poco llegarán a resultar vanas e inútiles. El hombre va pasando pausadamente de un estado socialmente primitivo, en el que era algo mejor que un bruto, y marcha hacia un último estado en el que sus características se hallarán tan transformadas que no será posible notar en él lazo alguno de unión con el animal.

La Teología[4] ha podido decir mucho al respecto del pecado original. Este pecado estriba en la herencia del bruto que todo hombre lleva en sí, y el proceso de la evolución es un adelanto hacia la verdadera salvación. El profeta moderno, usando los métodos de la ciencia, puede proclamar de nuevo que el reino de los cielos está en nuestras manos.

Hemos visto, como, la doctrina de la evolución no nos lleva a tomar un punto de vista ateísta al respecto de la posición del hombre. Ahora bien, ¿Cuál es el destino del hombre? Suponemos que el que considera al hombre como el fruto acabado de la energía creadora, y la principal razón del Divino Cuidado, es llevado casi irresistiblemente a la creencia de que el camino de las almas no termina con esta vida sobre la tierra. Así, al igual que Spencer, se considera que la energía divina que se ha evidenciado a través del universo conocido, es la misma energía que se alza en nosotros bajo la forma de conciencia. Ésta chispa divina adquiere tanta concentración y fuerza suficiente que la hará capaz de sobrevivir al aniquilamiento de las formas materiales. El futuro esta iluminado con las formas resplandecientes de la esperanza. La lucha y el dolor se extinguen. La paz y el amor reinaran como soberanos.

Ahora bien, ¿Quién es John Fiske? Uno de los tantos darwinistas sociales que hay. En este caso, Fiske, discípulo fiel a las doctrinas evolucionistas sostiene –al igual que Spencer- que los problemas humanos decaen con el hombre por la ortodoxia. Admitiendo como esperanza la supervivencia del elemento espiritual. Fiske sostiene que la formación de ese elemento espiritual ha sido el objeto de las energías del Universo.



[1] “…más de un autor ha preguntado por qué en unos animales se han desarrollado las facultades mentales más que en otros, cuando tal desarrollo hubiese sido ventajoso para todos; por qué no han adquirido los monos las facultades intelectuales del hombre. Podrían asignarse diferentes causas; pero, como son conjeturas y su probabilidad relativa no puede ser aquilatada, sería inútil citarlas. Una respuesta definitiva a la última pregunta no debe esperarse, viendo que nadie puede resolver el problema más sencillo de por qué, de dos razas de salvajes, una ha ascendido más que la otra en la escala de la civilización, y esto evidentemente implica aumento de fuerza cerebral.” Charles Darwin. El origen de las especies. cervantesvirtual.com. Traductor, Antonio de Zulueta. p.194

[2] “Se ha dicho que yo hablo de la selección natural como de una potencia activa o divinidad; pero ¿quién hace cargos a un autor que habla de la atracción de la gravedad como si regulase los movimientos de los planetas? Todos sabemos lo que se entiende e implican tales expresiones metafóricas, que son casi necesarias para la brevedad. Del mismo modo, además, es difícil evitar el personificar la palabra Naturaleza; pero por Naturaleza quiero decir sólo la acción y el resultado totales de muchas leyes naturales, y por leyes, la sucesión de hechos, en cuanto son conocidos con seguridad por nosotros. Familiarizándose un poco, estas objeciones tan superficiales quedarán olvidadas.” Charles Darwin. El origen de las especies. cervantesvirtual.com. Traductor, Antonio de Zulueta. p.67

[3] “La variabilidad no es realmente producida por el hombre; el hombre expone tan sólo, sin intención, los seres orgánicos a nuevas condiciones de vida, y entonces la naturaleza obra sobre los organismos y los hace variar. Pero el hombre puede seleccionar, y selecciona, las variaciones que le presenta la naturaleza, y las acumula así del modo deseado. Así adapta el hombre los animales y plantas a su propio beneficio o gusto…” Charles Darwin. El origen de las especies. cervantesvirtual.com. Traductor, Antonio de Zulueta. p.440

[4] “No veo ninguna razón válida para que las opiniones expuestas en este libro ofendan los sentimientos religiosos de nadie. Es suficiente, como demostración de lo pasajeras que son estas impresiones, recordar que el mayor descubrimiento que jamás ha hecho el hombre, o sea la ley de la atracción de la gravedad, fue también atacado por Leibnitz «como subversiva de la religión natural y, por consiguiente, de la revelada». Un famoso autor y teólogo me ha escrito que «gradualmente ha ido viendo que es una concepción igualmente noble de la Divinidad creer que Ella ha creado un corto número de formas primitivas capaces de transformarse por sí mismas en otras formas necesarias, como creer que ha necesitado un acto nuevo de creación para llenar los huecos producidos por la acción de sus leyes».” Charles Darwin. El origen de las especies. cervantesvirtual.com. Traductor, Antonio de Zulueta. p.452

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